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jueves, 1 de diciembre de 2011

Caín y Abel y Cristian Ferreyra (Parte I)

Caín y Abel - bajorelieve paleocristiano en marfil - Museo del Louvre (alta resolución)
En un reciente artículo (ver aquí) Ricardo Forster acude al mito bíblico de Caín y Abel para explicar dos situaciones a su modo de ver relacionadas de alguna manera. El "levantamiento" en el 2008 contra el gobierno de los productores agropecuarios, conducido  por la Mesa de Enlace y motivado por la 125, y el asesinato del campesino del MOCASE Cristian Ferreyra ocurrido recientemente en Santiago del Estero. (ver posts anteriores  aquí, aquí y aquí). Afirma centralmente Forster definiendo su tesis:

"Un antiguo mito sigue vigente entre nosotros: frente a la ciudad enviciada y prostibularia se levanta la virtud del campo y de su gente."

Según el filósofo en el imaginario de los habitantes de las ciudades que se manifestaron en apoyo "del campo" y que crearon el clima propicio para la derrota de la 125, "el campo" representaba todo lo bueno, lo honesto, lo puro (Abel) frente a la codicia del gobierno que quería quitarle lo que era suyo (en este caso era el gobierno de Cristina el que representaría imaginariamente a Caín, el malo, el deshonesto, el asesino de su hermano), continúa:

"Desde las usinas mediáticas se apeló, con expansiva fruición, a recordarnos que desde lo profundo de la pampa, allí donde crecen nuestras riquezas mitológicas, se rebelaban contra la impunidad y el saqueo de los gobernantes de la ciudad política, los hombres y las mujeres de tierra adentro, los portadores de la “reserva moral” de un país a la deriva capturado por las falsedades de un gobierno prisionero de la “maldad” urbana."

Sin embargo Forster también nos presenta -como vimos- una variante con cambio de personajes donde "el campo" mantendría el rol de Abel pero el de Caín recaería sobre los "habitantes de las ciudades", sin desde luego, un cambio en las características de ambos arquetipos. Pero digamos que en esta versión, la maldad no recae en una persona concreta -Cristina Kirchner, en este caso- sino en un segmento particular de la población: los habitantes de (tal vez algunas) ciudades, en particular, de la muy simbólica Ciudad de Buenos Aires.

La primera asignación la utiliza Forster para explicar el éxito de la mesa de enlace en su pelea contra la 125:

"Por esas extrañas piruetas que suele hacer la historia en nuestro país, atravesado de lado a lado por el relato de un origen añorado como esencial, los culposos habitantes de las ciudades se sintieron convocados por el “llamado de la tierra” expresado por la mítica Mesa de Enlace capaz, utilizando los recursos de los nuevos narradores mediáticos, de ofrecerse como los representantes de esa pureza extraviada...nuestros dueños de la tierra se transformaron, por arte y gracia de los grandes medios de comunicación, en la garantía última de nuestra nacionalidad, en los portadores de una virtud que vendría finalmente a salvarnos de la amenaza populista que, como todos sabemos, se fue formando en los arrabales oscuros de ciudades envilecidas."

La segunda y más difusa asignación sería la que -a juicio de Forster- cae derrumbada por mentirosa ante el asesinato de Cristian. Pero primero nos advierte de un ocultamiento:

"Lo que desde siempre han ocultado es el otro rostro de Abel: el de los verdaderos oprimidos, el de quienes no tienen otro recurso para defenderse que sostener con voluntad inquebrantable el derecho a la resistencia." y culmina:

"Ante el asesinato a mansalva de Cristian Ferreyra, un joven campesino santiagueño y miembro del Mocase, por parte de un sicario de los patrones sojeros que buscan expandir la frontera agrícola sin importarles nada de nada salvo sus propios intereses, se derrumba, como no podía ser de otro modo, el relato bucólico y falso de un mundo agrario erigido en espejo de comunidades amables e integradas en las que, sin embargo, la brutalidad, la expropiación de tierras, el saqueo y el engaño, la explotación y la violencia nos devuelven la realidad cotidiana de miles y miles de campesinos que sufren a esos mismos que durante el conflicto por la 125 fueron exaltados como “el campo”."

Forster, por supuesto, no deja pasar la falacia de subsumir en el término "el campo" -como de hecho se hizo- la compleja diversidad de intereses y sectores, muchas veces contrapuestos que realmente lo constituye.

Sin embargo Forster no dice que solo una parte del mito ha caído -el del "campo" bueno y "la ciudad" malvada- en tanto el otro donde el bueno es el mismo, "el campo", pero en el gobierno, que sigue y seguirá por lo menos por cuatro años más bajo la responsabilidad de Cristina, se corporiza la maldad. Esta cara del mito permanece instalado firmemente en amplias capas de la población de las ciudades.
Estoy convencido que este aspecto del mito efectivamente permanece y puede eventualmente volver a hacer daño, de modo que resulta muy importante examinar su verdadera naturaleza, para intentar desnudarlo como, afirma Forster que sucedió, con el otro.

No obstante, en mi opinión, ambos mitos no son independientes, el de índole moral, asociado a la supuesta "bondad del campo" está firmemente asociado al otro "la riqueza del campo" que es de índole ideológica y tiene una base material. El primero no terminará de ser desmontado hasta que se logre desmontar el segundo.

Forter mismo da claros indicios de su naturaleza al afirmar cosas tales como "nuestro país, atravesado de lado a lado por el relato de un origen añorado como esencial"..."desde lo profundo de la pampa, allí donde crecen nuestras riquezas mitológicas" y "nuestros dueños de la tierra se transformaron, por arte y gracia de los grandes medios de comunicación, en la garantía última de nuestra nacionalidad", expresiones con las que coincido esencialmente y que, casi por sí solas, permiten entender todo este conflicto ridículo de la 125, donde parte de los que apoyaron la revuelta pierden cuando ganan y el gobierno, en cierta medida, gana donde parece perder.

La 125 trataba, en el 2008, de introducir cierta "sintonía fina" en la cuestión fundamental para la continuidad del modelo nacional y popular de desarrollo instalado por Néstor Kirchner en el 2003 de las retenciones a las exportaciones agropecuarias -en especial de la soja, el moderno "oro verde"- tendiente a que los que más (tierra y producción) tienen dejen un mayor porcentaje que los que menos tienen. Los primeros, en realidad, bregaban por su eliminación lisa y llana, sin embargo no disponían del apoyo necesario para demandarlo, si lo hacían, la alianza representada por la Mesa de Enlace se rompía. La conducta de la dirigencia en los hechos de los segundos, la Federación Agraria, con Bussi a la cabeza y el súper agresivo De Angelis como indeseado escudero, los llevó a que la mayoría de sus afiliados salieran perdiendo con el triunfo. Habrían sufrido menores retenciones de haberse aprobado la 125.
Los grandes quedaron como estaban, con retenciones fijas y sin lograr torcerle la mano al gobierno para que disminuyera el porcentaje.

De modo que el famoso triunfo tan llamativamente festejado, fue en realidad un triunfo más ideológico y en parte político que económico. La Mesa sacó de él muy pocas ventajas, apostó a que la soja seguiría subiendo sin parar en su cotización internacional y no fue así, perdió en la apuesta ya que las retenciones continuaron en un porcentaje fijo y no variable. Y a la postre lo pagó con su virtual disolución. Además los líderes con ambiciones políticas como Llambías recibieron al final el rotundo rechazo popular el 23 de octubre pasado.
Yo creo que lo que no querían es que el Estado se transformara en una especie de socio en las ganancias, aumentando su parte si el precio subía y disminuyéndola si el precio bajaba, lo que era la propuesta muy lógica y central de la 125. Preferían dejarlas como un gravamen, un impuesto fijo a las exportaciones. Para ellos, en ese momento, representaba un mal menor.

Estas, incompletas, son las principales razones que existen a mi juicio por el lado de los actores principales, pero ¿Qué pasa con los espectadores activos, aquellos que apoyaron a la mesa de enlace? ¿Qué nos pasa a los argentinos con "el campo"?

Sinceramente creo que es en la búsqueda de una respuesta a esas preguntas en la que nos encontraremos con uno de esos "mitos fundantes" de nuestra nacionalidad, de lo que somos y de lo que "creemos ser".

El campo, la producción agraria, deja de ser una actividad menor a mediados del siglo XIX. Las grandes extensiones de tierras acumuladas por algunas pocas familias comienzan a producir granos y carnes de manera intensiva y extensiva destinando la mayor parte de la producción a la exportación, especialmente a Inglaterra. Esta producción sale del puerto de Buenos Aires y se construye la infraestructura necesaria para hacerlo. En el país comienza a haber más dinero fuerte.

Familia rica de finales del XIX
Hacia fines del siglo XIX, los principales terratenientes del país y especialmente de la provincia de Buenos Aires mejoraron notablemente su nivel de vida, era la época de las vacas gordas, los palacios estilo francés con numerosos sirvientes, la de los viajes a Europa "tirando manteca al techo" y "con la vaca atada" y un barniz de cultura con la inauguración en 1908 del Teatro Colón, son un símbolo, entre muchos otros, de esa época, considerada dorada aún por algunos melancólicos e interesados compatriotas. Incidentalmente, la expresión popular "tener la vaca atada" que significa estar al mando, surgió como tantas otras de un hecho bien real capaz de crear una impresión perdurable. En este caso lo que realmente ocurría era que las familias terratenientes cuando viajaban a Europa llevaban en la bodega del barco una vaca (atada) para tener leche recién ordeñada para su prole. Fantástico pero real.

Esa etapa en la organización del país, abierta por la batalla de Caseros, define al país en función de su relación con la potencia industrial, comercial y marítima del momento: Inglaterra. Se lo suele caracterizar como un modelo de acumulación de riqueza agroexportador, capitalista y dependiente, su ideología es el liberalismo decimonónico dominante, también importado desde las metrópolis culturales e intelectuales europeas. La dependencia no es solo comercial, es también tecnológica, ideológica, política y cultural. Lo que la pone en tensión es la inmigración producto de la necesidad de mano de obra que demanda la explotación agraria y la exportación de sus productos y lo hace porque junto con los inmigrantes llegan nuevas ideas al pueblo llano, a los explotados, a los trabajadores y a los jornaleros. Los conflictos derivados de este choque de ideologías, todas de alguna forma importadas, marcarán los graves conflictos sociales del primer tercio del siglo XX.
Pero lo que me importa marcar es que en esta etapa del país se asienta y define el mito muy fuerte de la argentina agroexportadora, del "granero del mundo" y en especial de que es "el campo" la fuente de todas las riquezas, de todos los bienes que se derraman sobre la sociedad. Este mito logra ser instalado aún en las capas de la sociedad que no son propietarios de las tierras pero que de alguna manera se benefician de su existencia. Es el conocido principio del derrame de la economía capitalista en su interpretación liberal.
Pero ese derrame dista de alcanzar a todas las capas sociales, por el contrario esa argentina es esencialmente excluyente y además fuertemente racista, clasifica y excluye a las personas según su origen étnico y religioso. Esos sectores excluidos son además invisibilizados. No pertenecen: la Argentina es blanca, europea y católica. Esa es la Civilización, el resto, la Barbarie.

Ese mito aún hoy perdura, se ha modificado porque de los años treinta del siglo pasado hasta aquí hemos sido atravesados por muchas experiencias políticas y sociales que han dejado impresas sus características, pero sigue vigente la convicción de que la riqueza de la argentina proviene del campo y que esa idea se apoya en las ventajas excepcionales que la naturaleza, es decir el suelo y el clima, le dan a nuestro país en relación a otros posibles competidores.

Hoy los dueños de la tierra no son los mismos que en el siglo pasado, algunos tienen nombre, la mayoría son extranjeros, los hay además sin nombre, los llaman pool que en inglés además de piscina significa mancomunidad, grupo, unión. Son inversores anónimos que se juntan para poner sus dineros en la siembra de soja en terrenos que, en general, arriendan a sus propietarios. Estos pooles llegan a manejar millones de hectáreas. La soja ha sido y es la principal impulsora de la "expansión de la frontera agrícola" que tradicionalmente ocupaba la pampa húmeda y el sur de Santa Fé y de Entre Ríos y hoy ocupa la totalidad de la primera, y la segunda y avanza sin parar sobre todo el NOA y el NEA (el área conocida como Umbral al Chaco, en el noroeste del país; el centrosur de Chaco y este de Santiago del Estero; el norte de Entre Ríos y este de Misiones) (ver estudio aquí en pdf, alcanza solo hasta el 2002 pero es útil a los fines que propongo)
En el 2002 la cifra de hectáreas sembradas de soja alcanzó los 12 millones y la producción los 30 millones de toneladas. Para darse una idea de la violencia de la expansión, en la década del 70 solo había sembradas del orden de 80 mil hectáreas y la producción era de una tonelada por hectárea y no las casi tres que rinde una hectárea en el 2002.

Afirma un estudio más reciente realizado en la Universidad del Comahue en el 2008:

"En 2006, la soja representó alrededor de 50% de la superficie cultivada en la Argentina. Ningún otro cultivo alcanzó en las últimas cinco décadas semejante dominancia. Distintos estimadores indican que, asociado a este incremento de la dominancia de la soja, la diversidad de cultivos del campo argentino ha decrecido >20% durante el período 1990-2006. Además de la expansión de la frontera agrícola y de la pérdida de biodiversidad por destrucción de ecosistemas naturales, nuestros resultados ponen en evidencia una tendencia hacia la homogeneización del paisaje agrícola. De continuarse un aumento en la dominancia del cultivo de soja es probable que se profundicen los múltiples costos ambientales, sociales y económicos asociados a una menor diversidad de cultivos en nuestro país."

De modo que el mito de la argentina agraria tiene una innegable base real en los hechos, en lo que falla es en que la enorme riqueza producida se "derrame" sobre el conjunto de la sociedad. Falla en "la bondad". Ese modelo de país agrario sigue siendo tan excluyente, antinacional y dependiente como lo era a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

No sorprende entonces que Cristian muera por la codicia de un empresario sojero. El desmonte ofrece al productor de soja transgénica la enorme ventaja de una tierra virgen a la que puede violar literalmente y no en forma metafórica hasta dejarla agotada y hacerlo con una muy baja inversión. Es pura ganancia, el único obstáculo para satisfacer la codicia de estos "empresarios" son los campesinos y los indígenas del NOA y del NEA que se oponen a ser echados de sus tierras y condenados a la indigencia, hasta a hacinarse en los suburbios de las ciudades en condiciones inhumanas. (ver aquí)

En la segunda parte dedicada a este tema intentaré indicar algunas líneas que apuntan a quebrar, a partir de una alianza entre la sociedad y el Estado, esta dominancia del país agrario que resultan negativas para el presente y el futuro del conjunto de la sociedad.

bastadeodio                                                         

1 comentario:

  1. No me cabe duda que la cosa fue llevada así. Por esa mitología que escuché tantas veces repetir a lo largo de mi vida.
    Mezcla de cinismo en unos (que suelen contar con algún "campito" que les da buena vida e ingenuidad en otros.
    Para los ingenuos, habría que preguntarse si ni siquiera oyeron de La Forestal?
    O no vieron Las aguas bajan turbias?

    Inexplicablemente fue como tan bien la relata Forster la cosa.
    Y luego tenemos lo que ha sido la influencia de la historia oficial, sobre lo que se está debatiendo bastante en estos días y que mucho de esa cultura sesgada nos legara.

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